o cómo escribir un post que no sé si tiene mucho sentido, pero que necesito escribir.
Llevo días con una canción de Iván Ferreiro metida entre ceja y ceja. Esto no sería noticia de por sí, ya que Iván lleva viviendo en mi cabeza sin pagar alquiler casi desde que puedo recordar. La cosa es que no dejo de cambiarle la letra. O de entenderla de una forma poco convencional.
Paraísos perdidos fue mi BSO el verano de 2011. Y posiblemente ese año entero y la mitad de 2010. “Deja de llorar por los paraísos perdidos. Nunca los perdimos porque nunca los tuvimos. Solamente están en tu cabeza”
Y la cosa es que ese “solamente están en tu cabeza” suena como un eco en mi cerebro desde hace unas semanas. Pero no por paraísos que haya perdido. O que me haya imaginado. Qué va. Ya me gustaría. Solamente están en mi cabeza un montón de miedos y monstruos que, sinceramente, creí haber vencido, matado y enterrado hace años.
Atención, se viene intensidad.
Una de las cosas que más me ha costado aprender en la vida es a gestionar el fracaso propio y la decepción de otros. Me explico: soy una perfeccionista nata. Casi obsesiva. Y gestionar el fracaso o el error se me da regular. Ahora que lo he trabajado, que antes directamente no se me daba. Hacer algo (lo que sea) y que no esté perfecto a la primera me eriza los pelos de la nuca.
Pero lo peor no es eso. Lo peor es que alguien se dé cuenta de que no es perfecto. Y me lo diga. Ahí ya me tiemblan las piernas y no lloro porque soy mayor. Porque no es que yo no haya hecho algo bien. Es que he decepcionado a la persona que lo ve.
No busques sentido, no lo tiene

Y después de semanas con la cancioncita en bucle, hoy he decidido escucharla entera por primera vez en mucho tiempo. Y he llegado a esa última frase. “Tengo la certeza de que nunca el escenario nos trató mejor”. Y es verdad. Tengo la certeza de que nunca el escenario me trató mejor.
Los monstruos van y vienen. Tendré que aprender a vivir con ellos, abrazarlos. Son un poco parte de mí.
